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  • El caso de las niñas intercambiadas al nacer en La Rioja es una ocasión para pensar en lo que sabemos sobre la importancia del entorno y de la genética en las oportunidades vitales, así como sobre nuestras intuiciones morales.


La semana pasada saltó a los medios la noticia de que unas niñas habían sido intercambiadas al nacer en un hospital de Logroño hace casi 20 años. Un error en el hospital hizo que las niñas se fueran del hospital a un hogar equivocado: crecerían con unos padres (o abuelos) sin vinculación genética, pero creyendo que sí compartían la misma sangre. Una de las niñas ha denunciado el caso a los tribunales y pide una indemnización de tres millones de euros por daños morales. El procedimiento judicial está en trámite.

Ser intercambiado al nacer representa un caso muy atípico en sociedades contemporáneas, y es considerado como un experimento científico prohibido por razones éticas evidentes. Pero, ¿y si el intercambio al nacer no fuera algo atípico, sino la norma? Imaginemos por un momento un futuro distópico y oscuro donde se estableciera una política autoritaria que decretara que cada bebé, después de nacer, se intercambiaría de forma aleatoria entre distintos madres y padres. No habría vínculos biológicos entre padres e hijos, tan solo sociales. Nuestros hijos no se parecían a nosotros, ni nosotros a nuestros padres. Un hijo intercambiado de una madre europea rubia con ojos azules y pelo liso podría ser, por ejemplo, un niño de África con ojos oscuros, piel de color y pelo rizado. Es decir, una especie de lotería del nacimiento, pero llevada a su máxima expresión.

Sin duda, es una cuestión que despierta miedo y por lo que seguramente a nadie le gustaría pasar, pero proponemos que por un momento nos imaginemos que no sabemos quiénes serán nuestros hijos, o incluso que no supiéramos quiénes somos nosotros.

Un experimento de pensamiento parecido es lo que el filósofo americano John Rawls denominó “el velo de la ignorancia”. Si no supiéramos de qué raza o complexión fueran a ser nuestros hijos, nuestros ideales y acciones sobre la salud, la migración, el género o el bien común podrían cambiar. Quizá pondríamos más énfasis en el bienestar de las madres y padres, porque cualquiera podría estar cuidando de nuestros hijos biológicos, y (casi todos) queremos lo mejor para nuestros hijos. Quizá desparecería el racismo, pues nuestro hijo (no biológico) podría ser de Asia, África o Suramérica, y no querríamos que discriminaran por motivos de raza a la persona que estamos criando. Y, quizá, también se reduciría la desigualdad social: hijos de familias ricas pasarían a ser criados por familias pobres, y viceversa, posiblemente igualando los resultados de partida desiguales de estos niños a través de una redistribución aleatoria de los hijos al nacimiento. Ya en los años 60, en una utópica isla del Pacífico llamada Pala, el visionario escritor Aldous Huxley vislumbró la posibilidad de establecer clubes de adopción mutua para que, los niños nacidos en familias con graves problemas, pudieran tener un mejor futuro en otras familias vecinas mejor avenidas.

Es evidente que este experimento mental de abolir la familia biológica y distribuir niños como quien baraja y reparte naipes no es deseable ni viable en la práctica, ya sea con fines distópicos o utópicos, pero nos ayuda a darnos cuenta de la potencia del azar a la hora de establecer el país, el ambiente familiar y la genética que nos forjarán como personas e influenciarán nuestras oportunidades vitales.


Los Hermanos Intercambiados en Colombia


Aunque el caso de las niñas intercambiadas al nacer en Logroño parezca un caso único, no lo es: se estima que en uno de cada mil nacimientos ocurre un intercambio por error. En la mayoría de casos, no obstante, el error se descubre antes de que madre e hija salgan del hospital. De entre los casos que no se descubren hasta años o décadas después del nacimiento, uno de los más sonados fue el de los hermanos Colombianos Jorge y William.

El caso de Jorge y William fue especialmente atípico porque no solo fueron bebés intercambiados al nacer, sino que, además, ambos tenían hermanos gemelos idénticos: Carlos y Wilber. Jorge creció con Carlos y Wilber con William, pero, en realidad, ninguna de estas dos parejas eran hermanos biológicos, y, por supuesto, tampoco eran gemelos idénticos. Cada uno tenía su hermano biológico en otro lugar. Casi 20 años después, por azar, descubrieron que fueron intercambiados en el hospital donde nacieron.

Desde que se conoció el error, algunos investigadores han analizado el caso de cerca para avanzar el estudio sobre cómo influyen nuestros genes y entorno en nuestra preferencias, habilidades o comportamientos. No sin importantes controversias, el uso de gemelos como experimento natural para la investigación social ya empezó en el siglo XIX con Francis Galton, estadístico, eugenista y primo segundo de Charles Darwin. Galton ideó las bases del método de gemelos para discernir el peso de la genética y el ambiente. Si los gemelos monocigóticos, que comparten todo su genoma, son mucho más parecidos en cualquier rasgo que los gemelos dicigóticos (mellizos), que solo comparten un 50% de sus genes, se podría establecer que esta diferencia es debida a la genética, ya que tanto los gemelos idénticos como los mellizos nacen en el mismo día y comparten la mayor parte de su ambiente familiar y sociocultural. Galton aplicó las primeras versiones de este método para argumentar que el genio artístico y científico se transmitía por canales genéticos.

En la actualidad, este diseño de investigación sigue usándose de forma más rigurosa para establecer cuánto pesa la genética y el ambiente sobre la personalidad o el comportamiento. No obstante, este método aún tiene problemas: por ejemplo, los hermanos gemelos no solo comparten genética sino también su entorno (misma familia, colegio o barrio). Es por este motivo por el que los hermanos intercambiados al nacer por error en Colombia ofrecen un caso de estudio relevante para el análisis de cómo influye el entorno en el desarrollo, ya que, aunque sí compartían los mismos genes, fueron expuestos a entornos distintos. Una pareja se crio en la ciudad, Bogotá, en un entorno de clase media; la otra, en un pueblo rural (La Paz), en el seno de una familia pobre (ver Figura). Si los investigadores encontraran que Carlos en su adultez tiene, por ejemplo, un desarrollo cognitivo superior a Wilburg, pero similar a Jorge, este resultado sería evidencia de cómo el entorno es capaz de modular el desarrollo humano, más allá de los genes. De cualquier forma, un solo caso de estudio en investigación no sirve para contestar preguntas, sino más bien para abrirlas.


Esquema de la relación entre los hermanos gemelos intercambiados al nacer
Nota: La línea negra de vincula a los hermanos según su identificación genética. El cuadro rojo une a los hermanos según su entorno social compartido después del parto. El círculo azul une a los hermanos que fueron intercambiados al nacimiento (Carlos y William). Las fotos fueron tomadas por la Dr. Segal para su libro “Accidental Brothers” (St. Martin’s Press), y son utilizadas aquí con permiso de la autora, que prepara un nuevo libro: “Deliberately Divided: Inside the Controversial Study of Twins and Triplets Adopted Apart”.

Estas preguntas abiertas intentaron contestar distintos investigadores analizando hermanos gemelos idénticos (monocigóticos) que habían crecido en hogares distintos. En esta ocasión, los gemelos no fueron separados por error en el hospital, sino que fueron separados por haber sido dados en adopción a distintas familias. Algunas investigaciones que usaron este diseño metodológico encontraron que, en efecto, los hermanos que habían crecido en familias con más recursos económicos y culturales, tenían un mayor desarrollo cognitivo que sus hermanos genéticamente idénticos, que habían crecido en familias con menos recursos. Por lo tanto, podemos concluir que la inteligencia y otros rasgos de personalidad no son inmutables, sino que también se pueden modelar hasta cierto punto en función de las experiencias vitales, la instrucción y los recursos socio-económicos a los que los niños estén expuestos.

Otros hallazgos incipientes sobre epigenética y neurociencia cognitiva (v.g., plasticidad neuronal) también apuntan en esta dirección. El perfil epigenético hace referencia a la capacidad del entorno de modelar la activación de genes, como si se tratara de un interruptor. Esto puede ocurrir tan pronto como la gestación, donde uno de los hermanos está más cerca a la exposición de a unos impulsos (por ejemplo, el latido del corazón de la madre). Es decir, el fenotipo puede alterar el genotipo a través de experiencias como distintas gestaciones, pero también por una ocupación laboral determinada. Una investigación clásica encontró que los taxistas de Londres desarrollaron hipocampos—la parte del cerebro ocupada de la representación espacial—que eran de mayor tamaño que las personas que no conducían taxis.

El estudio de las influencias genéticas sobre los comportamientos o habilidades individuales ha sido un tabú para las ciencias sociales hasta hace pocos años. Este tabú se debe en buena medida al grave daño que hicieron las teorías de darwinismo social, las pseudociencias como la frenología, la institucionalización de la eugenesia por parte del régimen nazi, y el uso político de explicaciones genéticas para justificar la desigualdad y el racismo. Todo ello contribuyó a la preponderancia de explicaciones socioculturales e institucionales para dar cuenta de las diferencias humanas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo la noción de blank slate o tábula rasa, los científicos sociales han evitado el debate de la génetica y la biología como una bestia negra.

En cambio, desde la psicología, es ya un estándar en la disciplina el reconocer la influencia de la genética a la hora de condicionar probabilísticamente el desarrollo humano como una ley científica. Desde las ciencias sociales también se está empezando a seguir esta línea para estudiar cómo el ambiente o las experiencias sociales interaccionan con la genética a la hora de explicar la salud o el estatus socioeconómico. Así, el caso de las niñas intercambiadas en Logroño, o el de los hermanos colombianos, abren preguntas relevantes para la sociología, la ética o la epigenética. Por ejemplo, ¿es la influencia de la genética similar en las distintas clases sociales? Estudios usando datos de registro con miles de gemelos plantean que el peso de la genética a la hora de explicar el nivel educativo o socioeconómico es mayor para las familias de clases sociales más aventajadas. Cabe preguntarse aquí, por tanto, qué mecanismos llevan a que la influencia de los genes y el ambiente varíe por clase social. Una de las posibles teorías es que el peso de la genética es menor para las familias con menos recursos socio-económicos, porque sus hijos no pueden expresar su potencial genético debido a limitaciones ambientales.

Otra pregunta relevante puede aparecer si le damos la vuelta a la transmisión intergeneracional de comportamientos: es decir, hemos hablado hasta ahora de cómo los padres trasmiten recursos y genes a sus hijos, afectando así sus destinos, pero ¿cómo afecta la carga genética de los hijos las vidas y destinos de los padres? Predisposiciones genéticas de los hijos al estudio, a las adicciones o la (in)estabilidad emocional pueden también alterar los comportamientos o la salud de los padres.

Precisamente por estas complejas interacciones y correlaciones entre genes y ambiente, es sumamente difícil determinar dónde empiezan y acaban la genética y el ambiente. Con los conocimientos proporcionados por el Proyecto Genoma Humano y la recopilación cada vez más barata de marcadores de ADN para grandes muestras (biobancos), actualmente es posible medir el ADN directamente a nivel molecular y crear índices de variantes genéticas asociados a un determinado rasgo. Quizá en un futuro no muy lejano podamos determinar con mayor precisión la delgada línea entre lo innato y lo adquirido, pero el uso que hagamos de esta información está plagado de espinosos debates éticos y morales. Desde una perspectiva más distópica, nos encontramos con el peligro de que las empresas aseguradoras se hagan con esta información para predecir el riesgo con mayor precisión y discriminar genéticamente con sus tarifas. Desde un lado más utópico, hay quienes defienden el potencial de la investigación genómica para la medicina y la educación personalizadas.

Desde el punto de vista ideológico y moral, las posiciones más conservadoras usarán la investigación genética para argumentar que las políticas sociales son inútiles y que las desigualdades son inevitables. Desde algunas posiciones liberales, se defenderá que, si se consiguiera la igualdad de oportunidades en ambientes socioculturales, la sociedad más justa y eficiente a la que podríamos aspirar sería aquella en la que solo fuera la genética la que explicara nuestros resultados en el sistema educativo o en el mercado de trabajo.

Sin embargo, independientemente del peso que la biología o el ambiente tengan sobre el destino de las personas, lo que sí parece claro es que una parte de las diferencias entre individuos se debe a algo tan injusto como las loterías genética y ambiental, pues nadie elige ni sus genes, ni el país en el que nace. Las herramientas para corregir la injusticia que puede suponer la lotería del nacimiento y, hacer una sociedad más justa e igualitaria, están disponibles. Ahora solo hace falta ponerlas en práctica.